Cuando escuché en la BBC la controversia creada por el congresista norteamericano Akin, pensé que no había entendido bien la expresión «legitimate rape» («violación legítima»). Una vez confirmado el hecho de que mi inglés funcionaba perfectamente y que era más bien el cerebro del congresista el que no iba tan bien, empecé a alucinar.
Y en realidad no sé por qué alucino. Aún nosotras mismas hemos interiorizado completamente ese concepto de violación que intentan vendernos. Para que te violen tienes que estar ante un hombre desconocido, que te asalta en un callejón oscuro, que te agrede físicamente para poder controlarte mientras gritas, pataleas y arañas. Eso sí es una «violación legítima», sí señor.
Si no se dan estas circunstancias, quizás deberías plantearte si realmente has sido violada…
Me siento sobrecogida cuando pienso en todas esas mujeres en todo el mundo que no han denunciado una agresión sexual porque fueron agredidas por sus maridos o novios de instituto, porque en realidad iban vestidas muy provocativas y se sienten culpables, o porque comenzaron una relación consentida que se volvió agresiva, amenazante o humillante y no pudieron hacerla parar.
Y lo más probable es que, si se sinceran con amigas, madres o profesoras, éstas les hagan ver que, en efecto, no se trataba de una violación. ¿Cómo va a violarte tu novio, si estás con él porque tú quieres? ¿Cómo va a tratarse de una violación si estábais ambos en tu habitación, besándoos y casi sin ropa?
En fin. Supongo que a eso es a lo que se refería el Sr. congresista cuando hablaba de «violaciones no-legítimas».
Seguimos siendo las culpables de las violaciones. Seguimos siendo unas histéricas que inventan culpables cuando nos arrepentimos de haber mantenido relaciones sexuales. Seguimos siendo las que provocamos dichas situaciones llevando determinada ropa o adoptando ciertas actitudes «facilitadoras». Seguimos pensando «sí» en el fondo, aunque digamos alto y claro «no». Seguimos temiendo que nuestros hijos sean acusados injustamente de agresión sexual, aunque no cuestionamos su libertad, mientras que tememos que nuestras hijas sean violadas y por ello limitamos sus movimientos.